Del Mundial de Escritura: La Ocasión

El año pasado en pleno auge cuarentenil me encontré con un tuit que convocaba a participar a un "Mundial de Escritura" que organizaba Santiago Llach. Lo vi varias veces y lo ignoré, con los chicos en casa, el laburo que cada tanto surgía, no podía ponerme en semejante compromiso. Pero la espina quedó ahí, y busqué más información. Tenía que conseguir un equipo que me aceptara y durante 15 días recibiría una consigna para escribir un texto con un mínimo de mil y pico de caracteres. 

    Encontré un equipo hermoso. Un equipo lleno de personas muy piolas que con paciencia me fueron guiando porque ya habían participado en el mundial antes. Fue divertido, puso un color distinto a esos días rutinarios. "The Sábados" fue en esos momentos como sacarse el barbijo cuando llegas a casa y absorbés ese aire limpio que te llena todo el cuerpo. Visto a la distancia, no podría estar más agradecida de lo que fueron esos 15 días y de lo que esos hombres y mujeres representaron. Sin dudas hoy digo que hice amigos ahí. 

      El primer día esperaba la consigna muy nerviosa, jamás participé en un concurso de escritura, no he hecho talleres ni cursos acerca del tema. No he tenido chances. Simplemente me siento y escribo lo que sale. Capaz soy redundante o tengo errores pero no suelo detenerme mucho a analizar, solo lo hago y ya. Y me senté y salió este texto, que comparto acá tal cual lo mandé ese día. Recuerden: no soy una escritora profesional, solo hago escritos, escritos para divertirme 

DÍA 1

La Ocasión 

Había revuelo en Los Aromitos. El paraje cordobés iba a festejar su aniversario y al intendente se le ocurrió que podía, con esfuerzo, hacerlo a lo grande. No iba a ser como el de todos los años, comiendo la clásica carne con cuero, ni con los grupos de música locales. Esta vez quería que fuera distinto, que Los Aromitos destacara en la región, que todos vieran que él gestionaba bien y que ya se podía ganar una candidatura a legislador.

    Con ese objetivo en mente don Juan Marquez  inició los preparativos desde la comuna. Puso a doña Eulogia, su secretaria de años, a  averiguar absolutamente todos los detalles. Pronto, los organizadores de eventos de las ciudades, al ver la oportunidad de alzarse con unos pesos comenzaron a enviarle mensajes a don Juan, y doña Eulogia los recibía en la sede de la comuna para escuchar sus propuestas. 

    A cada una, don Juan tenía una crítica: fiestas temáticas de los 70, “no mi amigo, esas cosas raras acá no funcionan”. Fiestas de disfraces, “no m'hijo, me van a sacar corriendo los vecinos". Los organizadores de eventos se resignaban a dejar sus presupuestos y partían del pueblo sin mucha esperanza. Pero hubo uno que no se rindió. Llegó al pueblo, le alquiló una piecita a don Flavio, un anciano local, y esperó. Cuando le llegó el turno de la entrevista presentó su idea: una fiesta sin temática particular ni mucho bochinche. Mesas para seis invitados cada una, platos tradicionales de la región, un “conjunto" de música folclórica y un DJ para los changos más jóvenes, para que se amanecieran bailando. Que la gente asistiera con sus mejores galas, las que usaban para la fiesta patronal, y él se encargaría que el evento fuera lo mejor que hubiera sucedido en Los Aromitos. Don Juan ya podía oler su candidatura, ya se veía asumiendo en la legislatura provincial, ya sentía el traje puesto. Ahí nomás firmó un contrato con Daniel, que desde ese momento pasó a ser “el muchacho de la fiesta".

    El paraje entró de golpe en un frenesí de consumo nunca antes visto. Las señoras acudían a las modistas, se acabaron las telas para los vestidos. Mientras, otras suertudas podían viajar con sus maridos a la ciudad y de allá volvían cargadas con ropajes que estrenarían ese día. Los hombres ni se mosqueaban. Ellos tenían la indumentaria preparada, el traje que usaban para ir al pueblo más cercano, el mismo con el que festejaban la Navidad, la fiesta del santo patrono del lugar, los casamientos, las fiestas de 15. Daniel, “el muchacho de la fiesta”, era cordialmente invitado todos los días a almorzar a una casa distinta. Todos querían congraciarse con él. Las señoras le preparaban las mejores comidas, las jóvenes del lugar lo miraban con ojos enamorados, los muchachos lo invitaban a sus reuniones. Era la sensación del pueblo.

    Llegó el gran día. El salón comunal aparecía iluminado como nunca antes. Los lugareños iban llegando en grupos y se encontraban en la puerta con una joven alta enfundada en un traje ajustado que les preguntaba el nombre y los conducía a las mesas. La mayoría tenían suerte, y podían sentarse junto a su familiar sin problema. Algunos quedaban descolgados y tenían que pasar a otra. Ninguno quería protestar. Así se hacía en la ciudad, no se iban a quejar y quedar como unos locos, menos en ese día.

El salón estaba casi completo cuando arribaron los Loza. Don Eugenio, doña Corina y su hija, la joven Dolores. Fueron ubicados en la última mesa y esperaron pacientes a los invitados que la completaran. Y llegaron los Luna. Don Fabio con su señora doña Irene y su hijo, Martín. Lentamente se aproximaron a su lugar, y todo el salón contuvo la respiración. Don Loza y don Luna se miraron nomas, como olfateándose. Ni siquiera se dieron la mano. Los recién llegados se sentaron ante la mirada atenta del resto de los invitados. El aire se cortaba con cuchillo. Las mujeres no hablaban, los hombres tampoco. Pero Dolores y Martín se devoraban con la mirada. Los ojos de ambos gritaban. 

El muchacho de la fiesta se percató del murmullo y se acercó a don Juan a preguntarle. “Muchacho, ¿cómo no pregunta estas cosas antes?”, lo amonestó el intendente, y prosiguió “hace muchos años don Loza y don Luna se pelearon fiero cuando la Dolores y el Martín se escaparon del pueblo. Eran novios y jovencitos quinceañeros. Desde ese momento ni se cruzan porque los Luna viven en el medio del campo". Daniel tragó saliva. La macana estaba hecha. No podía reorganizar el resto de las mesas en el medio de la fiesta, se disculpó y se retiró a revisar el menú. 

    Dio comienzo el festín. La orquesta sonaba de fondo y bajito. Los invitados parloteaban, se escuchaban risas. La única mesa donde reinaba el silencio era la de los Luna y los Loza. Los dos viejos comían con cara de pocos amigos, las mujeres se limitaban a hablar cada una con sus hijos, y no advertían que ellos dos eran los únicos que sin palabras, estaban conectados. 

    Ya se armó la bailanta después del postre, había que aprovechar para mostrar las galas. Desfilaban las viejas con sus maridos moviendo las caderas, los jóvenes con tragos en las manos, reuniéndose en grupos. Había luces de colores, y hasta un humo que salía de una máquina y los más viejos observaban con sospecha.

    De repente un golpe rompió la atmósfera festiva. Don Luna y don Loza habían tirado la mesa y ya se amenazaban con cuchillo en mano. El joven Daniel tragó saliva, y se acercó a los vecinos para intentar calmarlos. Cuando doña Irene y doña Corina se quisieron dar cuenta ya era tarde. Martín y Dolores no estaban por ningún lado. Se habían hecho humo. Los viejos forcejearon un poco, discutieron otro tanto, y ante la insistencia de sus esposas se retiraron a la comisaría del pueblo llevándose al comisario de la misma fiesta, a radicar una denuncia por la desaparición de sus hijos. 

    La gente reunida alrededor de ellos no tuvo más que escuchar los próximos acordes de la guitarra y ya se armó el baile de nuevo. Don Juan, el intendente, estaba exultante. ¿Cómo no le iban a dar su candidatura a legislador si toda la gente estaba tan contenta? “Que gestión modelo”, se repetía a sí mismo. 

    A kilómetros de allí y con el eco de la música aún en sus oídos, Martín y Dolores emprendían viaje a la ciudad. Le debían a su amigo de Twitter, Daniel, el muchacho de la fiesta, haberles dado la excusa perfecta para poder escaparse. Total ¿quién iba a saber en el paraje los Aromitos de redes, followers, trending topics, y arrobas? Siempre hay alguien dispuesto a darte una mano, y lo podes encontrar en el lugar menos pensado





https://youtu.be/IgeFW5ppD10 Él, siempre 




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